Lo que es y ha sido 

11.07.2021

Relato de nuestra visita al taller de la escultora argentina María Torcello en Baradero, Buenos Aires, Argentina. 

Una lluvia de aserrín se adueña de la escena: amontonado en el rincón del taller donde dormita cómodo e impasible Flash, el perro del barrio; en el aire, en suspensión, creando una suerte de aura sobrenatural, de neblina densa, que matiza y desatura los colores; en los bancos, en las gubias para trabajar la madera, en los papeles, en las fosas nasales. Pequeños, diminutos residuos, remanentes que deja el trabajo con madera natural. Las piezas se amontonan, en distintos estados de avance, a lo largo de las estancias iluminadas, abiertas.

El taller particular de la escultora María Torcello se ubica en las afueras de la ciudad de Baradero, Provincia de Buenos Aires, Argentina. El entorno fuertemente agreste, donde predomina lo natural, comulga a la perfección con su quehacer diario: el trabajo, la transformación de la madera natural en desuso, reciclada. Es allí donde, día a día, hora tras hora, trabaja con sus manos cada tronco en estado bruto, transformándolo de a poco, puliéndolo, buscando con infinita paciencia sus vetas, descubriendo la huella del tiempo en su materia. La elección de su profesión decanta como una necesidad íntima, enraizada desde su infancia y fomentada por su abuela Josefina Robirosa, de quien aprendió aquello que las caracteriza, a ambas, como grandes artistas: la paciencia del trabajo solitario, la pasión y la autoexigencia. 

El proceso de pulido, de desbaste de capas, se traduce para la artista en una búsqueda espiritual, un viaje hacia el interior; un proceso de introspección, a través del cual ella como individuo se descubre, busca su esencia, dejando de lado, retirando las capas superfluas, más duras y ásperas. La concepción de la esencia como algo bello, puro, genuino, se evidencia en lo táctil: las texturas de las obras en sus últimos estadíos de trabajo son aterciopeladas y suaves, delicadas al tacto. Sin embargo, ellas, con toda su robustez a cuestas, su presencia maciza, se vuelven transparentes: exponen completamente aquello que fueron, los anillos de crecimiento, las huellas de sequías, de diversas inclemencias del tiempo que han grabado su materia. 

'La madera que utilizo es una materia que ya no tiene vida, pero la tuvo, y me fascina poder tomarla y descubrir cómo fue su vida, a través de sus marcas...'

Lo bello se concibe como tal al ser capaz de exponer de forma cruda lo real, lo que es y ha sido. 

La transformación de la materia inerte en pieza artística se produce a través de las manos de María, en un espacio-tiempo paralelo, uno que le pertenece sólo a ella y su sinergia con cada obra. El tiempo es relativo, no es posible contabilizar específicamente cuándo inicia y finaliza el proceso de transformación. Los bocetos en arcilla, la observación de la materia en bruto, los primeros cortes con motosierra; los distintos procesos de desbaste y modelación, la búsqueda morfológica a través de lijas de diversos grosores, hasta llegar al pulido y lustre final. Todo eso no deja de ser un capítulo, un episodio sin principio ni fin, en la historia de la obra como pieza artística. Su existencia se ha iniciado mucho antes, como una semilla en la tierra, y se prolongará mucho después, con su recorrido vital expuesto, su esencia en primer plano, desnuda ante el ojo atento, curioso, que descubre todos los días nuevas vetas en su superficie, nuevos matices en su color, nuevos reflejos en sus curvas infinitas. 


TEXTO: Florencia Pazos

FOTOGRAFÍA: Florencia Pazos