Presente continuo

07.09.2020

CASA CURUTCHET | arq. Le Corbusier | 1949-53 | La Plata, Buenos Aires, Argentina

"...Estoy interesado en la idea de hacer de su casa una pequeña construcción doméstica como una obra maestra de simplicidad, funcionalidad y armonía" Carta de Le Corbusier a Pedro Curutchet del 7 de septiembre de 1948.

Un día como hoy, hace exactamente 72 años, el arquitecto franco-suizo Charles-Édouard Jeanneret-Gris, quien eligió hacerse llamar 'Le Corbusier' a sus 29 años, escribiría a su cliente argentino, el doctor Pedro Curutchet, una carta entusiasta aceptando su encargo para proyectar una vivienda-consultorio en la Ciudad de La Plata. Cuatro años más tarde, los habitantes de la ciudad verían materializada una obra del gran maestro de la Arquitectura Moderna, a sólo algunas calles de la naciente Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional de La Plata.

La Casa Curutchet, hoy declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, se mantiene en el inconsciente de los platenses como un enigma, un magistral juego propuesto por un foráneo, un extraño quien sólo visitó La Plata en una ocasión (en 1929, 19 años antes del encargo) y sin embargo supo capturar en una obra la esencia misma de su entorno, de toda una ciudad.

La 'promenade', término francés que refiere al concepto de 'paseo', se hace presente en esta obra en todo su esplendor, proponiendo a su habitante el movimiento como eje principal en la percepción de la casa. El traslado en el espacio es tomado como tema esencial, al punto de materializarse en forma de rampa continua como sistema de circulación vertical y conector de las distintas funciones presentes en el inmueble. Para Le Corbusier, la promenade cobra un sentido arquitectónico a partir del cual se desarrollan la vivencia y el habitar en sus obras. Él es quien nos introduce al concepto de 'promenade architecturale', como experiencia sensorial de paseo arquitectónico, donde los sentidos se preparan y se desarrollan con tranquilidad y fluidez, donde el tiempo se detiene, se estira, se transforma. La rampa es, a la Casa Curutchet, lo que los caminos zigzagueantes son a la antigua Acrópolis de Atenas: el preludio, la ascensión pausada, lenta, reflexiva.

El camino, el proceso, cobra una importancia contraria a la usual inmediatez de la vida contemporánea: obliga a quien transita la vivienda a recorrerla, tanto personal como visualmente, ofreciéndole variadas perspectivas según la altura del observador, las luces y sombras, los ruidos de la calle, los volúmenes cruzados. La rampa es continuidad, lejos de obligar a su usuario a estar pendiente de sus pasos, le permite mantener una visión sin interrupciones de su entorno.

La planta baja libre, transparente y en continuidad con el espacio público genera una suerte de inmaterialidad que se densifica de a poco, a medida que se avanza sobre el interior de la parcela. Este preludio se transforma en materia: la búsqueda inicial de un espacio resultante, de un lleno, transmuta en proceso y el paseo se vuelve presente. El final ya no importa, es irrelevante.

La vivienda se expande, toma la totalidad del lote y lo hace propio. Cada rincón forma parte de un todo, de una complejidad aparente que se va revelando con el trascurrir del habitar. Las funciones se despliegan cómodas sobre el espacio vacío, vinculándose casi intangiblemente, unas sobre otras, mezclándose en una danza sutil y calma que culmina en una terraza jardín permeable. El sol, las luces y sombras, desnudan las superficies desde todos los ángulos: no existe una única fachada, la vivienda y sus visuales se abren, en mayor y menor medida, hacia el frente y contrafrente tanto como hacia los vacíos internos. La multiplicidad espacial se evidencia en la fluidez líquida de los ambientes, que aun manteniendo sus características propias de materialidad, alturas, colores y visuales, se reconocen como parte de un todo, como células de un mismo organismo vivo. 


TEXTO: Florencia Pazos

FOTOGRAFÍA: Daniela Squarisi