Un rincón austero
Un paseo por algunos pueblos del Lago Di Como, Italia.
Sin importar cuán alto ascendamos, no hay altura posible que permita tener una perspectiva completa de la vasta extensión del Lago Di Como; con sus costas accidentadas y sus centenares de pueblos costeros colgantes de las laderas de las montañas, que balconean sobre el agua pacíficamente en un compendio de formas y texturas infinito. Los colores vibrantes invaden los sentidos, los estimulan a desplegarse en toda su magnitud, a percibir el entorno en todas sus dimensiones posibles. Un humilde intento de elevación se materializa en el mirador de Brunate, situado en una meseta boscosa 500 metros sobre el pueblo de Como. El sol se filtra entre la vegetación, impregnando las superficies pedregosas y tiñiéndolas de rosado. En sus calles las visuales se pierden, se multiplican las perspectivas en el paisaje veleidoso, cambiante y accidentado que rodea la arquitectura. El lago, siempre presente, funciona como telón de fondo, revelándose al doblar una esquina, o al alejarse de las pocas edificaciones del centro.
El Lago Di Como, ubicado en el
norte de Italia, en la parte baja de los Alpes, tiene forma de 'Y'
invertida, y en la punta uno de sus brazos menores, se ubica la ciudad de Como.
Una ruta sinuosa recorre todo el perímetro de la gran masa de agua, limitando una
pequeña franja de tierra costera. Una de las primeras paradas de la costa este,
saliendo de Como, es el pueblo de Nesso, descrito por Leonardo Da Vinci como "una tierra donde el río cae impetuoso, a través de una gran
brecha en el monte...". Este importante
destino turístico, famoso por su cascada, esconde una faceta menos conocida un
poco más al sur, en las afueras: la localidad de Careno.
El bus se detiene en lo alto del pueblo, y una baranda metálica casi imperceptible separa la gran ladera de la montaña del camino transitable. Abajo, entre calles sinuosas con pendientes pronunciadas, casas medievales color arena, y ventanas llenas de flores, el trayecto termina a las puertas de una pequeña Iglesia medieval, la Chiesa di San Martino. Una más de las tantas, tantísimas Iglesias desparramadas por el suelo italiano. Las veredas inexistentes, fusionadas con la calle pedregosa conducen al corazón del pueblo: La Trattoria del Porto, donde el dueño y chef, luego de degustar el obligatorio pesce italiano, regala a sus comensales un rato de descubrimiento en soledad, dejando sobre el mantel a cuadros la oxidada llave de la iglesita románica de 1184, la única en el conjunto de techos rojos de Careno. El acceso al pequeño templo se realiza por una puerta en la fachada norte, la cual conduce a un pórtico con vistas al lago a través de aberturas en forma de arco de medio punto.
La sorpresa más grata, sin embargo, aguarda en el interior, con sus paredes desnudas y blancas, con restos de frescos de otros tiempos, hoy desaparecidos. La magnitud de ese remanso de paz es comparable sólo al compás de las suaves olas que agitan el lago y que se escuchan desde su interior. El sol, implacable, se filtra por las pequeñas ventanas multiplicando los apenas 30 metros cuadrados de la estancia. La simpleza de ese espacio austero, que encierra historias centenarias olvidadas, dispara la imaginación y expande la percepción del entorno a planos más profundos.
De regreso en Como, la estrella del Lago, el descubrimiento de ese rincón desconocido en Careno permite percibir sus calles carentes de vegetación, rectilíneas y ordenadas de una forma nueva, con un poco más de intimidad, incluso con la complicidad de quien se sabe partícipe de un secreto irrisorio, pero compartido. La experiencia simple, alejada del turismo superfluo que sólo aprecia incentivos trillados, es un guiño, una bocanada de aire fresco en un entorno de tan vasta estimulación sensorial (y material).