Una ciudad imperfecta

14.09.2020

Impresiones sobre la ciudad de MARSELLA, COSTA AZUL, FRANCIA

'Marchemos, hijos de la Patria,

¡ha llegado el día de gloria!

Contra nosotros, de la tiranía, el sangriento estandarte se alza...'

El grito de gloria del Himno Nacional Francés se alza sobre Marsella al igual que la Basílica de Notre Dame de la Garde: imponente, inolvidable, majestuosa; 149 metros por encima del nivel del Viejo Puerto de la ciudad. Desde allí observa, desde hace 167 años, la ajetreada y bulliciosa vida de la segunda ciudad más poblada de Francia.

Fundada por fenicios 600 años AC, Marsella se mantuvo por muchos años como uno de los únicos puertos del Mediterráneo con actividad constante. Hoy se despliega, cómoda, sobre toda la extensión de sus accidentadas costas manteniendo su poderío portuario pero sobre todo como exponente de uno de los más logrados ejemplos de tolerancia y mixtura cultural de Europa. Por sus calles transitan diariamente residentes de origen italiano y armenio, musulmanes provenientes de diversas ciudades de oriente, así como cristianos y judíos argelinos que emigraron cuando el país se independizó de Francia en 1962. Este pluralismo religioso y cultural se siente, se respira en cada rincón: la música callejera, los graffitis, la comida, las vestimentas eclécticas invaden a quien transita por primera vez sus calles, lo sacuden, lo desestabilizan. Lo sacan de su letargo prejuicioso, lo sorprenden con su orden caótico. Marsella es una ciudad real, genuina, que no busca aparentar sino incluir. 

El barrio Le Panier, fiel exponente de la arquitectura tradicional francesa de tipo residencial, cuyos trazados se remontan a la Edad Media, mantiene aún su encanto en colores terrosos y desaturados, con edificios repletos de ventanas de distintos tamaños, celosías de madera con miles de capas de pintura y sogas zigzagueantes; calles en pendiente y callejones de no más de 3 metros de ancho, escondiendo en sus rincones pequeñas tiendas de diseño independiente, antigüedades, chocolaterías artesanales (la gran perdición de los franceses) y sobre todo tiendas de jabón marsellés. Los faroles, las plantas y los graffitis coloridos aportan frescura y vida al barrio, que aun a pesar de ser uno de los más célebres de la ciudad, mantiene su tranquilidad y sabiduría típicas de quien ha vivido muchos años (y piensa vivir muchos más). 

En Marsella las perspectivas se pierden, algunas bien cerca, en sus callejones estrechos y curvos, otras lejos en el Mediterráneo, que con su turquesa pregnante se mantiene presente en el inconsciente de quien vive y transita la ciudad. El Vieux Port (Viejo Puerto) nos acerca a un mar en apariencia calmo, donde los barcos y veleros flotan inertes, pacíficos, esperando su turno de salir a mar abierto, fuera del refugio que supone la entrante marítima. Sin embargo, la costa accidentada y la cercanía de las calanques de Cassis nos advierten de la bravura del mar que baña las rocosas costas, otrora escenario de enfrentamientos convulsos, política y militarmente. No es casualidad que el reaccionario himno francés, 'La marsellesa', se utilizara en esta ciudad por primera vez en el año 1792 como himno patriótico de combate. 

La arquitectura tiene también su capítulo destacado en la historia de Marsella, al ser elegida por Le Corbusier, (Gran Maestro de la Arquitectura Moderna) como puerto de la ruta Marsella-Atenas-Marsella del barco Patris II, a bordo del cual se celebró el IV CIAM (Congreso Internacional de Arquitectura Moderna), en el año 1933. Durante este encuentro se escribió la famosa Carta de Atenas, el manifiesto urbanístico que influenció en gran medida el desarrollo de las ciudades europeas post Segunda Guerra Mundial. Cabe destacar hoy en día, casi 100 años después de este encuentro, cómo ha prevalecido la variedad y superposición de usos en las ciudades cosmopolitas, impulsándolas hacia la contemporaneidad de una manera imperfecta, defectuosa en muchos aspectos, pero real e infinitamente más compleja y profunda, con una belleza intrínseca que las vuelve inalcanzables, espectacularmente impredecibles. 


TEXTO: Florencia Pazos

FOTOGRAFÍA: Florencia Pazos, Daniela Squarisi